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#MenstruaciónDignaMéxico, la marea roja que comienza a inundar la agenda pública

Tan natural como respirar es la menstruación. Sangrar cada mes por varios años, renovando ciclos. Y es también, al mismo tiempo, “algo tan íntimo como público”, dice Anahí Rodríguez Martínez, una de las fundadoras del colectivo #MenstruaciónDignaMéxico. Sin embargo, la manera en la que el sistema patriarcal ha tratado este proceso nos ha llevado a que se viva como algo velado y vergonzoso.

El costo en México para no sufrir el “bochornoso” episodio de pintar nuestra ropa de carmesí, y que alguien más lo note, asciende a 3 mil 400 millones de pesos al año, según la Secretaría de Hacienda y Crédito Público (SHCP). Es la cantidad que recauda por el Impuesto al Valor Agregado (IVA) a los productos de gestión menstrual, como toallas, tampones o copas.

En respuesta, al igual que en otros países, en México ha emergido una oleada roja. Su primer embate estalló en el Congreso mexicano hace unos meses, con la iniciativa para reformar la ley del IVA y quitarles el impuesto a esos productos. La ola rompió ahí y no logró tumbar ese gravamen, pues en la Cámara de Diputados y en el Senado, la mayoría votó en contra. Pero la marea sigue subiendo.

“No lo logramos este año, pero volveremos el siguiente y el siguiente. Vamos a comunicar mejor la importancia del tema”, dice en entrevista la investigadora Anahí Rodríguez. “Esto no se acaba aquí, si no se pudo por la vía legislativa, hay otras”, advierte Paulina Castaño Acosta, investigadora del programa de Justicia Fiscal de la organización Fundar.

“El primer objetivo de este movimiento es colocar el tema en la agenda pública”, me van diciendo una a una las entrevistadas. Luego de que varias legisladoras se apostaron en el salón de plenos de la Cámara de Diputados y del Senado con pancartas rojas que decían “La menstruación no es un lujo”, “Menstruación libre de impuestos”, parece que el caballo de Troya ya entró.

El movimiento #MenstruaciónDignaMéxico consta de tres pilares: gratuidad, eliminación del IVA y generación de información. Y tiene dos ejes transversales: la comunicación y la educación sobre el tema.

Cuando las mujeres se reúnen

Los antecedentes de esta iniciativa, presentada este 2020 por la diputada federal Martha Tagle, podrían ubicarse en el primer Parlamento de las Mujeres de la Ciudad de México de 2019. Pero van un poco más atrás, a una tarde en la sala de la politóloga Melisa Guerra Pulido, unas cervezas y una plática entre amigas sobre cosas importantes, las cotidianas, las personales, como la menstruación.

Alguien mencionó que, al comprar toallas, tampones, copas o calzones absorbentes, costeamos también un impuesto que equivale al 16 por ciento del producto. “Es decir, las mujeres le pagamos al Estado por gestionar dignamente nuestra menstruación. Es ridículo y ofensivo”, señala Melisa Guerra.

“¿Ese dinero por lo menos se va a programas para apoyar a otras mujeres que no pueden adquirir estos productos? No, porque no existen políticas públicas al respecto”, responde ella misma.

Aquella charla de amigas encendió la chispa del fuego rojo. Anahí Rodríguez, internacionalista por la Universidad de Guadalajara, comenzó a maquinar un proyecto para cambiar esta situación. “Para mí, ella ha sido el motor de esta iniciativa. Ahora nos preguntamos en qué momento creció tanto esto”, narra asombrada Melisa Guerra.

En 2019 ambas fueron elegidas para el Parlamento de las Mujeres, un organismo conformado por la sociedad civil que durante seis meses trabaja para crear iniciativas con perspectiva de género que sirvan como insumo para el Congreso local. Su propuesta fue la gratuidad de productos de gestión menstrual para personas vulnerables, como las que están privadas de la libertad o las que sobreviven en la calle.

“Nos dimos cuenta de que no había políticas públicas que atendieran este tema y que tampoco estaba en la agenda pública”, recuerda Anahí Rodríguez. Buscaron a organizaciones y personas “tomadoras de decisión” que pudieran apoyarlas en la creación e impulso del proyecto.

En enero de este año se reunieron con la diputada Martha Tagle, con quien crearon una iniciativa para la gratuidad de productos de gestión menstrual a nivel federal para estudiantes de nivel básico: primaria, secundaria y preparatoria. Esa propuesta se encuentra pendiente en la Comisión de Educación de la Cámara de Diputados.

A lo largo de estos meses, organizaciones como el Centro de Análisis e Investigación Fundar y la Friedrich-Ebert-Stiftung (FES), o el Instituto de Liderazgo Simone de Beauvoir (ILSB) se unieron al movimiento.

Les asusta la sangre

Aunque no se aprobó, “el tema del impuesto dejó en evidencia que la política tributaria no es neutra”, dice la diputada Martha Tagle. Al contrario, “es sexista”. Durante las reuniones para discutir la necesidad de eliminarlo, funcionarios de la SHCP les indicaron que eso generaría un boquete de 3,400 millones de pesos al año. Dicho de otra manera: “es lo que pagamos juntas las mujeres”.  

Una mujer menstrua alrededor 2 mil 535 días a lo largo de su vida, lo que equivale a 15 años consecutivos, dice Paulina Castaño, de Fundar. “En promedio, usa 360 toallas o tampones al año, lo que representa un gasto de alrededor de 28,000 pesos a lo largo de su vida. En los hogares más pobres esta cifra llega al 10% del total de su ingreso mensual, sobre todo para los más pobres”. Para algunas personas en verdad significa un enorme gasto.

La crisis económica derivada de la pandemia de Covid-19 definitivamente jugó en contra, comenta Anahí Rodríguez. “Sabíamos que el rechazo era el escenario más probable”, reconoce. Sin embargo, en 2019 la diputada Verónica Juárez Piña, del PRD presentó una iniciativa en el mismo sentido “y nada pasó”.

El verdadero rechazo tiene otra raíz, como el que crean que no les beneficia directamente a los hombres. Nada más absurdo, la menstruación es un proceso biológico, sin el cual la vida humana no podría existir, subraya Melisa Guerra.

Pero también es un error asociarlo sólo a la reproducción o a la construcción social del ser mujer. “Se suele decir que esto convierte a las niñas en mujeres, cuando algunas tienen 10, 11 años. Y cuando dejas de menstruar te conviertes en quién sabe qué cosa, en un unicornio”, ironiza.

“Es común que hagan menos nuestra opinión al decir ‘estamos en nuestros días’”, señala la feminista Martha Tagle. “Hay religiones que alejan a las mujeres en ese periodo porque las consideran sucias, indignas”.

Gratuidad y datos, ¿cómo menstruamos?

El 42% de las mujeres en México vive en pobreza, de acuerdo con el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval). La población femenina gana hasta 30% menos por trabajos iguales y con la misma jornada que un hombre, según el Instituto Nacional de las Mujeres (Inmujeres).

Antes de la pandemia, mientras cerca del 80% de los hombres son económicamente activos, menos de la mitad de las mujeres podían serlo, indica el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi).

Por sí sola la tasa cero no ayudaría mucho, quienes no alcanzan a pagar estos productos no lo podrán hacer incluso sin el impuesto, reconoce Anahí Rodríguez. Por ello proponen también la gratuidad para personas privadas de su libertad y en condición de calle.

El colectivo de mujeres habla de “pobreza menstrual”. El concepto va desde el acceso a los productos hasta la infraestructura, como contar con un baño adecuado, servicio de disposición de basura o tener agua.

En 2018, de acuerdo con la organización México Evalúa, 36% de la población no tenía acceso diario al agua. Si se elige la copa menstrual, también se debe contar con una estufa o un método para hervirla, explica la economista Aranxa Tatiana Sánchez Mejía.

“No sabemos cuántas personas tienen dificultades, y de qué tipo, para gestionar su menstruación, cuántas dejan de ir a la escuela o al trabajo”, porque no hay información al respecto, dice Melisa Guerra. “Se desconoce qué implicaciones tiene la menstruación en términos económicos, como de acceso a otros derechos, incluso de salud”, agrega.

Ese es otro de los pilares del movimiento, la generación de datos. “Sabemos que la población mexicana empieza a menstruar cerca de los 13 años, en promedio, y deja de hacerlo alrededor de los 50 años. Pero desconocemos qué productos utilizan, con qué frecuencia, cómo y dónde los pueden comprar. Tampoco tenemos más información sobre cuáles son los síntomas que más reportan, qué medicamentos se toman”, añade Aranxa Sánchez.

Hacer las paces con el cuerpo

En este proceso no todo ha sido pérdida. En el Congreso, “fue interesante ver que muchas legisladoras de diferentes partidos se sumaron, este tema nos unió”, dice la diputada Martha Tagle.

También pudieron medir que los temas de género van ganando un mayor peso, pues ningún legislador “se atrevió a esgrimir un argumento contra la propuesta. No se quisieron ver políticamente incorrectos” y pagar el costo de oponerse públicamente.

Han visibilizado también la importancia de los parlamentos paritarios. Independientemente de que es nuestro derecho ocupar esos cargos, destaca Melisa Guerra, este tema llegó al Congreso por las diputadas comprometidas con la agenda feminista.

Y en lo individual #MenstruaciónDignaMéxico las ha transformado en cierta medida, de alguna forma. Ha sido un proceso sororo y de aprendizaje personal y colectivo. “Yo cada vez soy más consiente de mi menstruación, cada vez la quiero más. Me ha hecho recordar que la ansiaba mucho, porque fui de las últimas de mi generación que menstruó. Fue muy festiva mi primera menstruación”, narra.

Se ha dado cuenta de que, si bien ha vivido “una condición privilegiada”, pudo haber sido mejor, con mayor libertad y apertura. “Estoy tratando de que ahora lo sea así para mí y para otras. Debemos dejar de ver nuestros cuerpos con incomodidad y empezar a abrazarlos”.

Para Aranxa Sánchez, cada batalla feminista es diferente y cada una nos abre a un nivel de conciencia distinto. Al igual que Melisa también ha valorado “los privilegios” que tiene al poder comprar y usar cualquier producto en el mercado.

Pero no siempre fue así. En su familia no era un gran tabú, no obstante, sí que tenía que esconder las toallas para que su papá y su hermano no las vieran. Hace un par de años se cambió a la copa menstrual, lo que desató una discusión con su mamá. “Le molestaba que echara la sangre al excusado porque era algo sucio, decía que era algo que yo tenía que reservármelo para mi intimidad”.

Para Paulina Castaño, hablar de la menstruación de manera pública era muy complicado. “Fue gracias a que entré a la iniciativa que me di cuenta de la importancia de hablar tal cual. He aprendido muchísimo de mis compañeras, aunque llevo poco tiempo, ya veo mi menstruación de manera diferente”.

Ahora es ella quien se percata de cómo reacciona la gente cuando habla sin tapujos, como debe ser, de la menstruación. “Lo hablo de manera diferente con mi hijo, con mi pareja y con mis compañeros de trabajo”.

Cada persona vive de manera distinta la menstruación. Anahí Rodríguez llegó a renegar de su cuerpo. “Decía que qué horror ser mujer, porque los cólicos eran una tortura. Ahora esos días se han convertido en un periodo en el que me apapacho y me consiento, me tomo un té, me pongo cosas calientes. Trato de quererme mucho y cuidarme mucho más”.

A pesar de que la primera iniciativa no fue aprobada, para ellas y sus compañeras han llegado muy lejos, dentro de sí y en la agenda pública. Juntas están dejando de mirar este tema como algo vergonzoso, doloroso y meramente íntimo, para colocarlo en su esfera social. Y la experiencia transformadora que ellas están pasando también quieren comunicarla: “lo más hermoso ha sido el haber hecho las paces con mi ciclo menstrual”, dice Anahí.

Por Blanca Juárez, periodista feminista mexicana; Twitter: @cempaxochitl; Instagram: @zempaxochitl