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Cuidados, desigualdades y masculinidades – Entrevista a Juliana Martínez Franzoni

¿Es posible no desperdiciar la crisis?

La crisis asociada al coronavirus genera el congelamiento de la economía monetaria y la sobre exigencia de la economía no monetaria. Ambas importan para comprender el alcance de la crisis que, además del virus, implica retos relacionados con el hambre y con la posibilidad de estallido social. ¿Qué esperar de esta crisis en relación con la economía no monetaria y sus entrelaces con la monetaria? ¿Podemos apostar por reorganizar la economía no monetaria con más justicia y menos desigualdad? ¿Hay manera de no desperdiciar la crisis? Juliana Martínez Franzoni, reconocida académica e intelectual, comparte preguntas, análisis y propuestas sobre estos temas que involucran a los Estados, las familias, las organizaciones sociales y los mercados. Esta entrevista es parte del trabajo del Grupo sobre Economía de los Cuidados y Procesos de Reproducción Social del proyecto regional FESminismos – ¡El Futuro es Feminista! de la Fundación Friedrich Ebert (FES).

Ailynn Torres Santana (ATS) – La crisis de la Covid-19 no es una crisis solo sanitaria. En eso se ha insistido mucho en los últimos meses para comprender la densidad de la coyuntura inéditamente global que estamos viviendo. ¿Cuál es el alcance de esta crisis? ¿Qué dimensiones involucra?

Juliana Martínez Franzoni (JMF) – Si bien esta crisis empieza siendo sanitaria, rápidamente se vuelve social, política, económica y toca todos los órdenes de la vida. Es, además, una crisis planetaria. Es una crisis cuyos alcances aún no podemos comprender adecuadamente.

Aunque la respuesta inicial a la crisis es a través de los sistemas sanitarios, la única manera en que ellos pueden hacerle frente es reduciendo la demanda sobre el propio sistema sanitario, cortando las cadenas de contagio para que estos no se desborden. Eso ha llevado al distanciamiento social y al congelamiento de la economía monetaria. Y subrayo: economía monetaria. Por el contrario, la economía no monetaria, la que tiene lugar de manera no remunerada, principalmente en el ámbito doméstico, está a tope, más exigida que nunca.

El congelamiento de las economías monetarias lleva rápidamente a suspensión de contratos laborales, reducción de jornadas, pérdidas de la capacidad de la gente de generar ingresos. Y eso es una amenaza muy seria a la forma de vivir de las personas. Entonces, estamos lidiando con una situación que implica al virus pero, también, al hambre y a la posibilidad de estallido social producto de ello. Es una bomba de tiempo que está a la vuelta de la esquina, en diferentes lugares del planeta. Por eso, me parece sumamente importante tener presente que estamos frente a un triple reto: el virus, el hambre y el estallido social. Y eso tiene en consecuencias para regímenes democráticos frágiles, como los que tenemos en América Latina y el Caribe.

No todos los países están en el mismo momento en relación con ese triple reto, ni tienen las mismas condiciones para afrontarlo. Ecuador es un triste anuncio de donde pueden estar muchos de los países de América Latina en muy poco tiempo si no se actúa rápidamente. No estamos en el mismo barco. Cito una frase que leí en redes sociales sin autoría y que la he usado mucho en estos días: “no estamos en el mismo barco, estamos en el mismo mar y hay unas personas en yate, otras personas en bote, otras personas en salvavidas, otras personas nadando con todas sus fuerzas” y, como agregaba alguien después, “algunas personas están nadando con todas sus fuerzas empujando los botes de otros”.

La crisis sanitaria viene a asentarse en una tremenda desigualdad previa, y a potenciarlas de manera que todavía no podemos aquilatar. Entre esas desigualdades, la de género y la socioeconómica son clivajes importantes, son des-igualadores centrales en nuestra región. A ellas se les agregan otras muchas desigualdades que tienen que ver con la etnia; si estás viviendo en tu país, o si sos migrante, y así un montón de situaciones que exacerban la desigualdad fundacional.

Ilustración de @lorenaespinosa (IG) para @fesminismos

ATS – Decías antes que la economía no monetaria está a tope, más exigida que nunca. Esa economía no monetaria se realiza en parte importante de puertas adentro, en los espacios domésticos, aunque es un ámbito poco instalado en la conversación política y económica sobre la crisis. ¿Qué está pasando en las familias? y específicamente, ¿qué está pasando con las necesidades de cuidados que habitualmente se satisfacen allí vía trabajo de las mujeres?

JMF – Hay dos cambios centrales que generan esta situación de distanciamiento físico y de obligación y necesidad de permanecer en el ámbito doméstico. Uno ya lo mencioné, el desplome de los ingresos, y más aún en aquellos que provenían de los trabajos más precarios e informales. Recordemos que las mujeres se encuentran desproporcionadamente ubicadas en ese tipo de trabajos; El otro cambio involucra dimensiones de la vida que normalmente tienen lugar fuera del ámbito doméstico, como la escuela, el centro de salud, el apoyo psicológico y la recreación, y que ahora se concentran también en ese ámbito doméstico. Eso tiene una implicación directa en la vida de las mujeres que están aún más sobrecargadas. No es algo nuevo, sino que se exacerba con la COVID-19. Las mujeres hacemos malabarismos trabajando, cuidando, siendo maestras, psicólogas y doctoras. Aunque en el escenario previo las mujeres ya éramos malabaristas, en este momento está potenciado en su máxima expresión.

Como a la economía monetaria le gusta usar estas medidas, desde la perspectiva feminista hace tiempo buscamos calcular cuánto se produce de manera no monetaria (no remunerada) como proporción del Producto Interno Bruto (PIB) de los países. Hoy sabemos que el trabajo doméstico y de cuidados que tiene lugar en las familias de forma no remunerada equivale a entre el 15 y el 25 por ciento de todo lo que se produce en una sociedad. El grueso de ese trabajo lo hacemos las mujeres. Por cada punto del PIB que invierte el Estado, las mujeres aportamos una contraparte no monetaria. Por ejemplo: si tienes una escuela pública, alguien tiene que llevar a la niña a la escuela, buscarla, traerla, hacer las tareas con ella y apoyarla; si llevas a un niño a la doctora, hay que administrar medicina, tomar la temperatura, etcétera.

No tenemos la medida de cuánto esta crisis está aumentando ese aporte no monetario fundamental, pero ese trabajo se ha disparado. Tenemos una espiral de demanda de cuidado que se satisface principalmente con el trabajo de mujeres. La economista feminista Nancy Folber decía hace unos días que si los gobiernos se preocuparan por el déficit de cuidado una fracción de lo que están preocupados por el déficit fiscal que genera esta crisis, estaríamos en mucha mejor forma para transformar esta situación y honrar mejor todas las demandas de cuidado con un esfuerzo más colectivo, más masculinizado, y mucho más reorganizado para que no sean las mujeres las que satisfagan solas esas demandas.

Tenemos que pensar entonces en qué está pasando con estas mujeres que estaban cuidando antes y que ahora están súper exigidas de hacer más y más. Al mismo tiempo, qué está pasando con esas mujeres que estaban generando ingresos y que ahora ven desplomadas sus estrategias para ello. Y qué está pasando con las que están ubicadas en los trabajos de mayor exposición, los ahora considerados servicios esenciales (comercio, supermercados, alimentos, sistema de salud) y tienen que atender muchísimas demandas de cuidado en sus hogares a la vez que sostener los ingresos en su bolsillo.

ATS – Durante el siglo XX se produjo lo que algunos han llamado una revolución silenciosa: la incorporación de las mujeres al trabajo remunerado. A la vez, se ha dicho que ello no modificó los órdenes familiares sino que la división sexual del trabajo dentro de los hogares continuó siendo básicamente la misma. ¿Fue así? ¿Crees que esta crisis, que ha activado el debate sobre los cuidados, podría empujar algún cambio dentro de los órdenes familiares?

JMF – No tenemos investigación actual para responder a la última pregunta pero tenemos experiencia previa. La pregunta yo la devolvería así: ¿Por qué deberíamos esperar un cambio de reducción de la brecha de horas que hombres y mujeres destinan a trabajo doméstico y de cuidado?

La brecha de participación en el trabajo doméstico y de cuidados no remunerados entre hombres y mujeres es de 18 horas semanales. Eso dicen las mediciones de los países que están relativamente mejor, porque son los reportados en la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE). Esa brecha baja a 11 horas en los países del sur de Europa, a seis (6) horas en los países anglosajones y a tres (3) horas y media en los países nórdicos.

Las mujeres hemos sido muy flexibles adaptándonos a la jornada laboral remunerada y manteniendo el trabajo no remunerado; sin embargo, el ejercicio de la masculinidad en el ámbito doméstico ha cambiado muy poco. Eso no quiere decir que no haya hombres que no lo hagan, sino que el ejercicio de las masculinidades en lo que tiene que ver con el trabajo doméstico y de cuidados no ha cambiado lo suficiente para reflejarse estadísticamente, al menos todavía. Es así desde el Río Grande en México hasta Ushuaia en la Tierra del Fuego, en todos los regímenes políticos, y en estados de bienestar fuertes o débiles; y no tiene grandes variaciones en los distintos momentos del ciclo de vida.

El uso del tiempo masculino en el hogar es el recurso más democráticamente repartido en toda la región. Mientras las mujeres mostramos una profunda desigualdad entre nosotras asociadas a los niveles de educación formal y a los niveles de ingresos (mientras mayores son, menos horas se emplean en el trabajo doméstico y de cuidados no remunerado), entre los hombres hay una enorme homogeneidad.

La crisis de los años del 1980 y los cambios en la década de 1990 son buenos lugares a los que hay que volver a mirar para pensar este tema en la crisis actual. En los años 90 perdimos millones de empleos e ingresos masculinos de manera muy severa. Mientras los hombres salían de la industria y la agricultura, a las mujeres, sobre todo a las jóvenes, se les contrataba en la maquinaria textil y en los servicios, con trabajos precarizados. Hubo una pérdida de la vigencia social y económica del modelo patriarcal tradicional donde el hombre ponía el dinero en la mesa y eso significaba un nivel de protección a la familia, aunque fuera desigual. Ese cambio, lejos de implicar un involucramiento de los hombres en el ámbito doméstico, lo que hizo fue agravar los tipos de relaciones patriarcales violentas; y ahí tenemos a Ciudad Juárez y muchísimas manifestaciones de ese tipo.

Habiendo sido así, por qué tendríamos que esperar un cambio ahora. No podemos esperar que la mera pérdida de vigencia del papel proveedor de los hombres se traduzca en una ampliación de su dimensión cuidadora. Para que eso suceda se requiere una intervención deliberada del Estado y de otros actores de la sociedad, dándole forma, nombrando y creando incentivos para que eso ocurra. Al mismo tiempo, es necesario prevenir los efectos nocivos que puede generar la actual situación.

Las decisiones de cómo se enfrenta esta crisis no deberían [tomadas] ser sin las mujeres. A la vez, las enormes demandas y retos que tenemos en materia de cuidado no deberían ser sin los hombres. Se necesitan mensajes más claros y más fuertes que reconcilien masculinidad y cuidado. No podemos esperar que esos cambios vengan por generación espontánea. Estamos rodeadas de un tipo de masculinidad altamente cuidado-dependiente. Estoy hablando de hombres jóvenes entre 15 y 60 años que en su cabeza son súper autónomos pero en su práctica no tienen la posibilidad de resolver cosas básicas para la sostenibilidad de su vida. En un momento de altísima demanda de cuidado, necesitamos tener más manos cuidando. Este es un momento en el que, en nombre de la solidaridad frente a la crisis, podríamos apelar a esa reorganización.

Parte del asunto es acercarse a los cuidados como una invitación a transformarse y a re-vincularse con muchas cosas importantes de la vida. Eso podría generar, de hecho, situaciones de ganar-ganar. Lo que no me imagino es que esto ocurra solo de manera espontánea. Se requieren estrategias, políticas, alianzas (ojalá amplias) y demostrar que este tema toca muchas de las causas de la crisis y también muchas de las posibles soluciones.

ATS – Mencionabas hace un rato que las mujeres somos más desiguales entre nosotras en comparación a lo que son los hombres. ¿Esa intervención requerida del Estado y otros actores sociales tiene que tener en cuenta esas diferencias que, no obstante, también exhiben continuidad?

JMF– Las mujeres nunca antes habíamos sido tan desiguales entre nosotras en América Latina. Las brechas entre hombres y mujeres en términos de cuidados atraviesan todas las clases sociales. La violencia de género atraviesa todas las clases sociales, pero los recursos con los que las mujeres contamos para hacerle frente a estos escenarios son marcadamente desiguales. En una crisis como esta, eso lo que hace es exacerbarse. Por lo tanto, para poder dar pasos decididos a transformar una crisis que tiene caras muy dramáticas en una oportunidad que nos permita ser mejores, necesitamos intervenciones también diferenciadas para lograr incidir en los distintos escenarios.

El piso para poder tener esta conversación tiene al menos dos componentes: asegurar el ingreso básico en el bolsillo de todas las personas en este momento y asegurar el acceso a servicios básicos de todas las personas.

Muchos de los gobiernos tienen poco espacio fiscal y poca capacidad de hacer cosas. Eso es así si damos por sentado que el uno por ciento de quienes poseen los mayores ingresos de los países no va a contribuir. Si en cambio, nos planteamos que esta situación se resuelve para toda la sociedad o no se resuelve para nadie, entonces el escenario es otro. El peligro de no entenderlo así es claro. Tenemos el ejemplo de Singapur, que fue un caso exitoso. Allí se había controlado la situación de diseminación del virus pero “olvidaron” a la población migrante. La población migrante estaba contagiada y de repente el país pierde control de la situación. Ese ejemplo nos alerta que en este escenario nadie puede quedar excluido porque con que una persona quede excluida todo el ciclo vuelve a empezar.

Los cuidados son parte de una conversación más amplia sobre el papel del Estado. Antes o después, tenemos que pasar por el tema del financiamiento y tenemos que elegir si se va a priorizar la austeridad o la solidaridad. Si priorizamos la solidaridad, el uno por ciento que no ha estado contribuyendo tiene que contribuir.

ATS – Has mencionado que recolocar a los cuidados como eje del análisis político tiene que ser un acto de voluntad minuciosamente planificado desde los gobiernos y los distintos actores políticos. ¿Qué tipo de políticas específicas crees que serían imaginables para gestionar este déficit de cuidado en la crisis y después?

JMF– Una autora estadounidense, Jane. F. McAlevey, sindicalista, ha escrito recientemente un libro titulado No shortcuts. Organizing for power, que recoge su experiencia de trabajo organizativo. Ella insiste en la necesidad de tener estrategias simultáneas de organización, movilización e incidencia, y en la necesidad de saber cuándo hay que poner más energía en la organización propia, en el nosotros, en el nosotras; cuándo en la movilización y cuándo en la incidencia.

Partiendo de eso, creo que algunas de las cosas que hay que hacer tienen como interlocutor al Estado y otras tienen que ver más con la movilización y con las organizaciones; los múltiples nosotros y nosotras que hay en la región. En todos esos niveles puede haber un lugar para esta agenda y para encontrar la manera de cómo avanzarla de forma positiva, democrática e inspiradora; que nos conecte con asuntos muy profundos que tienen que ver con el sentido de estar vivos, de habitar este planeta.

En esa línea necesitamos consolidar esta idea de que debemos cuidar a quienes nos cuidan y que cuidar es un asunto de la sociedad y no solo de las familias, ni de las mujeres. Pero no podemos cuidar a quienes nos cuidan sin tener una agenda que permita crear condiciones de infraestructura básica para la vida. ¿Cómo está haciendo hoy la gente, que son millones en nuestra región, sin agua potable o que viven en condiciones de hacinamiento tremendas? Es un reto incorporar los cuidados como parte de los pisos de protección social y no como si fueran dos cosas distintas porque eso adelgaza el músculo político con el que podamos incidir.

Ahora, deberíamos pensar que, más que la excepción la crisis, va a ser por mucho tiempo una regla, una normalidad, una nueva normalidad. Un ejemplo concreto: el rezago escolar que ya hoy tienen niños y niñas que van a los sistemas públicos de la región [latinoamericana] va a tardar años en recuperarse; la desnutrición infantil que se ha generado en las últimas semanas no la hemos medido todavía, pero se piensa que va a tener consecuencias súper importantes, al igual que la mortalidad materna de mujeres que no están pudiendo llegar a un servicio de salud para parir con seguridad. Entonces, necesitamos crear amortiguadores de esta amplificación de la desigualdad. Los cuidados son parte de eso. Necesitamos asegurar servicios básicos que incluyen agua, conexión a internet, electricidad y cuidados redistribuidos entre mujeres y hombres, y entre prácticas familiares y extra familiares.

ATS– Los cambios que está revelando la crisis también agudizan conservadurismos y forcejeos para tomar ventajas. Por ejemplo, en estos días se ha destapado una discusión en algunos países de la región sobre las pensiones parentales; específicamente sobre la necesidad de reducir o postergar las pensiones de padres no convivientes, debido a que significa mayor precarización. Las preguntas, en juego parecen ser cómo replegar responsabilidades parentales en el caso de algunos hombres, serían: ¿Esa puede ser también una línea de disputa? y ¿Qué riesgos tiene?

JMF– Ese es un gran tema. Acabo de participar de un estudio donde analizamos un tipo de organizaciones de padres que ha crecido en su poder político e incidencia en toda la región (aunque estudiamos Chile, Uruguay y Costa Rica) que tienen una agenda fuertemente antifeminista y reactiva a los avances del Estado para proteger a las mujeres en el ámbito doméstico. Mostramos que en los países donde se ampliaron los derechos paternos, por ejemplo en materia de tenencia de hijos e hijas, ha sido de la mano de estas organizaciones y que en donde, por el contrario, se ampliaron los deberes paternos, por ejemplo en materia de pensiones alimentarias, ha sido de la mano de actores estatales que en buena medida reflejan agendas feministas o articulaciones feministas. Entonces, el actor político actualmente más visible, vocal y en ascenso, posicionando una conversación sobre paternidad, no es el que ayudaría a promover una masculinidad igualitaria y cuidadora. No quiere decir que no haya otras expresiones organizadas de hombres que sí están buscando promover una masculinidad igualitaria y cuidadora, pero sí que las que hoy tienen más poder y capacidad de incidencia, no son esas.

Ahora, la crisis puede afectar a las mujeres vulnerando su bienestar económico y/o vulnerando su autonomía económica. Son dos cosas relacionadas, pero distintas. Una mujer puede tener más autonomía económica y menos bienestar o puede tener más bienestar y menos autonomía, o puede tener más de las dos cosas. Por ejemplo, cuando una mujer es pareja de un hombre en una relación heterosexual donde él aporte muchos ingresos y ella trabaja en su casa, puede tener bienestar altísimo con muy baja autonomía. Si esa mujer se separa y empieza a vender productos de puerta a puerta, seguramente su bienestar económico no será mejor pero su autonomía económica aumentará. Necesitamos que las mujeres tengan tanto bienestar como autonomía.

Lo primero que necesitamos asegurar es que estas madres y estas mujeres tengan un ingreso. A veces desde una postura feminista reclamamos que los padres ejerzan su papel y podemos muchas veces forzar a mujeres que no querían depender de esos hombres a hacerlo. En el marco de esta crisis, necesitamos vincular la discusión de las pensiones alimentarias parentales a ese ingreso básico ciudadano que todas las personas deberían tener asegurado.

Va a haber un re-acomodo muy fuerte de las cadenas de valor previniendo sucesivas crisis, y por lo tanto, muchas cadenas de valor se van a acortar, muchas cadenas de valor van a dejar de existir, mucho trabajo va a pasar a ser siempre teletrabajo, etc. Entonces, proteger el empleo es importantísimo pero dentro de un objetivo mayor: proteger el ingreso. Todas las personas, incluyendo a esas madres, deben tener lo suficiente para la canasta alimentaria mínima. Eso no quiere decir que debamos dejar a esos padres sin ninguna responsabilidad. Hay que pensar la manera de que honren esas responsabilidades los que puedan, y los que no puedan ahora y puedan después, lo hagan. Mi punto es que no podemos condicionar la subsistencia de la madre y los hijos e hijas a la pensión alimenticia del padre.

ATS– Finalmente, quisiera que habláramos de otro ámbito de los cuidados que es central, los cuidados remunerados. ¿Crees que también tendrán que ser repensados, disputados y recolocados dentro de la trama política?

JMF – Definitivamente. Un servicio esencial como son los cuidados no debería ser explotado. En este momento tenemos una crisis del trabajo de hogares particulares en toda la región. Más de 1/4 de las mujeres ocupadas trabajan en casa de otras mujeres y hombres, y ese es un trabajo altamente precario. La razón por la que podemos privatizar tanta demanda de cuidados es porque se paga mal, se paga poco y está desprotegido.

¿Qué debería ocurrir con esos puestos de trabajo? Es toda una interrogante, porque la mayor parte de estas mujeres trabajadoras están deseando que todo esto acabe para volver ahí debido a que no tienen opciones.

La particularidad de la agenda sobre cuidados es que, al mismo tiempo, es una agenda de protección social y una agenda de mercado laboral (tanto de oferta como de demanda), entonces nos permite ir desde lo que transcurre en la familia hasta los sectores de la economía que deberían priorizarse, valorarse y protegerse.

Una parte importante de los sectores productivos y de las formas de trabajo ya están modificadas con la crisis y se van a modificar más. Necesitamos que esa agenda sobre los cuidados se instale en esa conversación. Los cuidados son una gran oportunidad para dinamizar la economía y para apostar a una economía distinta, centrada en las personas, pero necesitamos considerarlos como un trabajo valioso, visibilizarlo, remunerarlo y protegerlo. Este es el momento. Las perspectivas no son fáciles pero tenemos que estar a la altura del reto y dar esta pelea.

Juliana Martínez Franzoni es catedrática de la Universidad de Costa Rica. Sus campos de investigación abarcan la política social comparada y desigualdades de género y socioeconómica en América Latina, incluyendo la reorganización de los cuidados. Es editora de Social Politics, Oxford Journals.