¿Por qué eres feminista?
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El género desde una perspectiva trans
Para Simón Uribe vivir el género desde una perspectiva trans es liberador. Es despojarse de cumplir con determinados roles solo por haber nacido con ciertos genitales. Es reconocer, en su máxima expresión, la diversidad humana.

Simón no olvida la rabia que sentía cuando su mamá, sin entender muy bien por qué su rechazo, le peleaba para que se dejara poner un vestido. Cuando finalmente lo lograba, si alguien le decía: “¡cómo está de bonita la niña!”, de inmediato quería quitárselo.

Sin embargo, pasar de la rabia a la obstinación le permitió ser una niña masculina, algo imposible de vivir en muchos espacios. “En varias fotos en las que aparezco cuando tenía siete años me veo masculina”, recuerda Simón.

Pero más que una aceptación real por parte de sus papás a ser una niña masculina, lo que había de fondo, piensa Simón, era la idea de “esto es una etapa, pronto se le pasará”. En todo caso, esa creencia le resultó muy útil para usar sin problema pantalonetas, pantalones y camisetas, en vez de vestidos.

En alguna oportunidad, Simón le dijo a su niñera que quería ser un niño. Ella le respondió: “no, tú eres una niña, ¿por qué dices que quieres ser un niño?”. Su respuesta fue: porque los niños pueden escoger sus juegos y a qué niñas darles flores y las niñas no.

En su adolescencia, sin embargo, cuando la presión social alcanza su máxima expresión, Simón lo intentó todo para ajustarse a lo que socialmente se espera de una mujer pero fracasó rotundamente. “Yo me repetía ‘me van a gustar los hombres’ y ‘me voy a vestir como una mujer’”, pero su incomodidad era evidente. “No tenía idea de usar tacones. No me conectaba con ese ser. Lo intenté mucho pero no lo logré“.

Así, la idea de “ser un hombre” se convirtió en un fantasía que guardó en el fondo de un cajón y se enfocó más bien en lo que hasta entonces le era más comprensible: me gustan las mujeres. A los 16 años ya había salido del clóset como lesbiana. Después, viajó de Bucaramanga a Bogotá a estudiar lenguajes y estudios culturales en la Universidad de Los Andes.

Pensó, entonces, que el problema estaba resuelto. Y aunque era abiertamente lesbiana, seguía sintiendo incomodidad con su cuerpo. “Duré ocho años viviendo como una lesbiana empoderada, inteligente y con un buen nivel de vida, pero por dentro era miserable. Una y otra vez me preguntaba por qué me sentía un hombre y por qué quería explorar la posibilidad de acudir a hormonas”.

Rabia, tristeza y malestar eran sentimientos muy presentes en su vida. Pero sabía que vivir como una persona trans en Colombia es difícil. Hasta que un día concluyó que si necesitaba hacer cambios para estar bien, ¿por qué no hacerlos? En junio de 2015, justo cuando se aprobó el decreto 1227 que permite cambiar la información sobre el “sexo” en los documentos de identidad, Simón tomó la decisión de empezar un tránsito de género. Ese día renació. Tenía 29 años.

Muchas personas trans, desde temprana edad, sienten que la ropa que les dicen que deben ponerse y cómo deben portarse no cuadra con ellas. En su caso, ¿fue así?

Desde muy temprano en mi vida estuvo presente la frase “tú eres una niña, debes comportarte de determinada manera” y yo diciéndome “no. Voy a jugar fútbol y voy a ser bueno en matemáticas y en deportes” y en todos los campos que supuestamente son para hombres, para demostrarle a la gente que eso de ser mujer u hombre no define nada. Me molestaba que trataran de restringirme pero yo estaba firme en no permitirlo. Sin embargo, esa lucha en una ciudad como Bucaramanga era particularmente difícil.

Me ayudó mucho estudiar en un colegio mixto, así como el hecho de que el uniforme femenino no fuera de falda. Cuando apareció Internet, empecé a conocer gente y a identificar que había personas lesbianas y bisexuales en otras ciudades. Entonces, mi plan B fue irme a vivir a Bogotá, una ciudad que sentía más abierta al tema. Una vez llegué me corté el pelo y empecé a salir abiertamente con mujeres. Me pasó, en líneas generales, lo de “El gran varón” de Rubén Blades.

S: Muchas personas trans viven durante su infancia en un conflicto interno porque su familia y la gente les dice “usted es un niño (o una niña, según el caso) y tiene que portarse como tal, pero se sienten bien de otra manera”. ¿Sentía esa presión?

S.U.: Sí. Pero también he visto las diferencias que existen entre hombres y mujeres trans en sociedades como las nuestras. A mí, por ejemplo, mis papás me permitieron vivir de manera más masculina. Tenía un corte de pelo “honguito” y usaba pantalones, pantalonetas y camisetas, pero sé que a muchas mujeres trans no les dejan usar ni la ropa ni los juguetes que socialmente se consideran femeninos.

Desde temprana edad muchas personas trans sienten esa presión social de “no puedes hacer esto” y otro tipo de exigencias que dejan una huella muy profunda en nuestras vidas. Yo negociaba con mis papás la ropa que usaba, pero había una barrera que no podía pasar, así que la idea de “yo como hombre” la dejé en un cajón y me enfoqué en lo que en ese momento era más comprensible para mí: me gustan las mujeres. Cuando me vine a vivir a Bogotá ya había salido del clóset y aunque llegué a pensar que tenía todo resuelto, seguían las incomodidades con mi cuerpo.

En ese entonces, algunas de mis profesoras de la universidad me decían que en vez de contemplar la idea de tomar hormonas y de empezar un tránsito de género, intentara ser lo más masculina que quisiera y ya. Y durante un tiempo fue así: me paré en el borde del género, no me cambié el nombre ni tomé hormonas y “parecía” un hombre.

Pero el problema muchas veces no es ser lesbiana o gay sino “parecerlo”. Entonces, empecé a sufrir violencia y discriminación. Me sacaban de los baños públicos de mujeres o me decían que yo no era quien aparecía en mi documento de identidad. El costo psicológico que estaba pagando era muy alto hasta que un día dije: “no más, ¿por qué no acudir a una terapia hormonal si esto me hará sentir mejor?”.

Algo que me cambió la vida fue la tesis de mi pregrado sobre intersexualidad, un tema que me ayudó a sacarme de la cabeza la idea de que el “sexo” es algo fijo. También aprendí que aquello de que solamente existen “sexo masculino” y “sexo femenino” no es cierto. Para empezar, hay alrededor de 70 formas de ser intersexual. Además, está la creencia de que si un cuerpo nace con vagina tiene que comportarse de una determinada manera y si nace con pene, de otra y enamorarse del sexo opuesto.

Por ese entonces, me vi un documental y me leí un libro de una persona trans de los años setenta en Estados Unidos y fue cuando dije “esto es lo que yo siento”. Ya han pasado tres años desde que inicié mi tránsito de género y hace rato dejé de pasar por situaciones como “no puedo vestirme como me gusta” o “quiero empezar un tránsito pero me da miedo lo que digan mis papás”. Mi vida se debatía entre sentirme mal y tomar esa decisión.

En Sentiido hemos trabajo mucho el bullying escolar por orientación sexual, identidad y expresión de género. ¿Cómo fue su experiencia al respecto?

Yo siempre he sido una persona de temperamento fuerte, por eso no me la montaban de frente, pero muchas veces sí me sentí excluido. Además, era tímido y algo aislado. Mis amigos eran las personas “raras” del curso. Muchos de ellos después se reconocieron como gais.

A los 12 o 13 años prefería no salir para evitarme todas esas dinámicas de género: las niñas hablando de lo lindas que eran y de que les gustaba fulanito y los hombres en plan de levante. Yo sentía que ahí no cuadraba. Eran los años en que todo el mundo iba a las fiestas a bailar Rikarena y yo no bailaba porque no me sentía cómodo.

¿Cómo reaccionó su familia cuando les contó que empezaría un tránsito de género de femenino a masculino?

A mi me ayudó ser una persona obstinada porque mi familia se dio cuenta de que no podría cambiarme. En mi caso, yo primero salí del clóset como lesbiana. Pasaron unos tres años difíciles hasta que mi familia lo aceptó. Yo pensé que ya todo estaba resuelto hasta que un día mi mamá me dijo: “una cosa es ser homosexual pero otra muy distinta ser trans”. Me sentí mal y desde ahí empecé un proceso de preparación psicológica y económica para un día expresarles que era un hombre trans.

Así lo hice. Le tenía miedo a la reacción inicial, así que primero les escribí una carta para que tuvieran tiempo de pensar, de hablarlo entre ellos y de buscar información por Internet. Les compartí que yo llevaba ocho años luchando contra esa situación y que por ese motivo había pasado por muchas depresiones. Ellos entendieron la situación y me apoyaron, finalmente empezaron a verme mucho más pleno.

¿Qué opina de la expresión “nacer en el cuerpo equivocado” tan usada para referirse a las personas trans?

No me gusta. Yo hice un taller de escritura creativa y uno de los textos que escribí lo titulé “No nací en el cuerpo equivocado”. Parte del ejercicio era compartirlo con los compañeros de clase y dos de ellos me dijeron: “te equivocaste, pusiste no nací en el cuerpo equivocado”. Después de leerlo entendieron que yo no siento que haya nacido en un cuerpo equivocado sino que tengo mi propia construcción física. Es decir, quien está equivocado no es mi cuerpo sino la sociedad que pretende no darme la oportunidad de expresarme como lo siento.

La abogada y activista Mati González ha planteado la importancia de poner sobre la mesa el tema del amor en las personas trans y no enfocarse solamente en sus tránsitos de género ni en las violencias que sufren (sin desconocer que son una realidad). ¿Qué opina?

Existen unas prioridades. Si la expectativa de vida de las personas trans en Latinoamérica es de 35 años, este es un tema de vital interés. Me duelen profundamente los numerosos casos de violencia hacia las personas trans aunque no por esto deban ser los únicos temas trans a abordar. De hecho, predominan los discursos médicos, policiales y de vulnerabilidad pero también están sus esferas afectiva y social que poco se tratan.

Al no abordarse que las personas trans también buscan relaciones afectivas, la gente poco se plantea tener como pareja a una persona trans. Yo empecé a salir con mujeres sabiendo que no ocultaría ser un hombre trans. Como ejercicio, al principio no les decía nada hasta que en una salida les expresaba “te quiero contar algo: soy un hombre trans”. El cambio era radical. Muchas no lograban superar esa información. Las más abiertas, al menos en mi caso, eran las mujeres bisexuales o pansexuales que van más allá del género. Tenemos, entonces, que seguir abordando los dos frentes: los debates académicos y políticos, pero también poniéndole rostro a las historias de vida y a que las parejas de las personas trans sean visibles. Todo suma para los cambios sociales.

Hay quienes juzgan que muchas mujeres trans quieran lucir muy femeninas y muchos hombres trans, muy masculinos. ¿Qué opina?

Cuando las personas trans nos ajustamos a los estereotipos de género de lo que socialmente implica ser un hombre o ser una mujer, nos dicen que para qué reforzamos las normas de género o que nos vendimos al sistema. Pero si buscamos modelos más andróginos o menos estereotipados, no falta quienes señalan que esto evidencia que, en el caso de los hombres trans, sí somos “naturalmente” femeninos y, en el caso de las mujeres trans, “naturalmente” masculinas.

Yo no voy a limitarme por las ideas que las demás personas tengan del género. Como yo fui educado como mujer, tengo actitudes que la gente podría considerar amaneradas para un hombre y tengo, además, muchos amigos gais. Entonces, seguramente, no faltarán quienes me califiquen como un hombre gay y se sorprendan cuando saben que estoy casado con una mujer. Pero ya llegué a un punto de libertad en el que si un día me quiero pintar las uñas, lo haré, porque este no es un tema de ser hombre o de ser mujer. Lo bueno de ser trans es que uno se despoja de esos mandatos sociales para buscar su propia felicidad.

Asignarles a las personas trans el papel de “transgredir el género” o de ir más allá de ser hombre o de ser mujer, ¿es desconocer que esto puede significarles más violencias?

Para muchas personas trans cumplir con un ideal físico puede convertirse en una cárcel porque esto implica acudir a numerosas intervenciones físicas, algunas riesgosas. Todo esto puede convertirse en algo contraproducente porque pocas personas -trans o no- alcanzan ese ideal de hombre o de ser mujer que venden los medios.

Pero para muchas personas trans, seguir esos estereotipos de género les representa trabajo, pareja y aceptación. ¿Cómo no aspirar, entonces, a esos ideales si se siguen exigiendo? Es muy difícil pedirles a las personas trans que rompan con los estereotipos de género cuando en muchos casos no cumplirlos se convierte en causa de exclusión. Es una exigencia injusta que desconoce la discriminación que enfrentan a diario.

 ¿Qué tanto afecta su vida la idea creada por algunos sectores de que existe una “ideología de género”?

Me siento mal, amenazado. Me duele pensar que detrás de esta estrategia hay un interés electoral. Mi respuesta ha sido pararme firme. Yo veo las religiones como una forma de encontrar bienestar y de identificar herramientas para ser una mejor persona y no entiendo por qué hay quienes acuden a estas creencias para promover odio y apelando a los “niños” para despertar miedo. El problema de fondo es resistirse a reconocer la diversidad humana para oprimir a unas personas.

Cuando empezó su tránsito de género, ¿sintió presión social por tener que ser muy masculino?

Sí. Me acuerdo que cuando me encontraba con algunas amigas de Bucaramanga y sus novios, ellos me trataban como lo hacían entre ellos, de manera brusca. Y yo les decía “no, yo no soy así”. No me interesa ser el “super macho”. Al principio tenía miedo de que si empezaba a usar testosterona me iba a volver una persona más agresiva, pero me pasó todo lo contrario: me volví muy tranquilo. Nada que ver con la persona explosiva que era. No creo, por tanto, que las hormonas sean las que justifiquen un comportamiento. Me permitieron, más bien, alcanzar un bienestar conmigo mismo.

A mí no me gusta cuando los papás de algunas personas trans dicen que están de luto porque se murió el hijo que conocieron y nació una nueva persona. En caso de haber un luto, sería cuando esa persona trans estaba muerta en vida al no poder ser quien era. Yo empecé mi tránsito a los 29 años y esto no significa que mi vida como Silvia no haya sido nada. Yo soy quien soy también por esa historia, aunque hay mucho dolor en no haber vivido de manera plena durante tanto tiempo. Yo les digo a esos papás que en vez de perder a alguien, ganaron un hijo más pleno. Somos la misma persona, solo que con una parte de nuestra historia marcada por el miedo, la inconformidad y el dolor.

¿Qué tan fácil o complicado es cambiar los documentos de identidad para ajustarlos a la identidad de género?

Hasta el momento he hecho 27 vueltas para cambiar mi nombre en diferentes entidades. Hace poco tuve que hacerlo en un supermercado. Me acerqué al módulo de servicio al cliente que estaba lleno de gente y la señorita que atendía me preguntó: “¿cómo era su nombre anterior?”. “Antes me llamaba Silvia Margarita y ahora Simón”, respondí claro y fuerte. Nadie dijo nada. La verdad es que después de hacer tantas vueltas, ya no siento ese afán de justificarme o de dar explicaciones sino que llego con la determinación de dejar claro que esta es la persona que soy. A veces me va bien, como en ese supermercado, pero otras veces tengo que enfrentarme a la pregunta harta o al funcionario que no quiere cumplir con su trabajo.

Vivimos con la sensación de que si una persona se entera de que uno es trans, esto será causa de problemas. Y muchas veces puede que sea solamente alargar más un trámite para cambiar el nombre, pero en ocasiones son asuntos más complejos como sentir ansiedad social porque lo exponen a uno públicamente. Cuando me ponen problema, le digo al funcionario que lo que está haciendo no es legal y le señalo cuál es la forma de atenderme pero infortunadamente muchas personas trans se quedan en estas barreras.

Muchas personas se sienten autorizadas para hacerles preguntas a las personas trans que no les hacen a otros, sobre por ejemplo, su vida sexual o sus genitales. ¿Cómo responde a estas preguntas?

Yo les respondo a quienes me preguntan por mis genitales que ese tema solamente me interesa a mí y a las personas con las que tenga intimidad. A veces les digo: “¿usted les pregunta a los hombres que conoce cuánto les mide su pene?”. Yo exijo respeto por las identidades trans.

La funcionaria que me atendió en uno de los trámites para cambiar mis documentos de identidad, quien llevaba puesta una cruz muy grande, lo primero que me dijo fue: “esa idea tan loca de cambiarse de género”. Respiré profundo y le respondí: “señora ha sido la mejor decisión de mi vida”. De inmediato me dijo: “lo que pasa es que una amiga mía lo hizo y se arrepintió”. “¿Y por qué se arrepintió?”, le pregunté. “Porque ella se hizo una operación y no le quedó bien”. “Entonces el problema no es de su amiga sino del médico que no hizo bien su trabajo”, le dije.

 

En los momentos de dudas, ¿dónde encontró información confiable para entender que era una persona trans?  

Primero vi un documental y después leí un libro en inglés. De hecho, los principales recursos que identifiqué estaban en inglés. De ahí que ahora trabaje en lograr tener más recursos disponibles en español. Después llegué a YouTube pero no me identifiqué con muchas de las historias que vi porque eran hombres trans que buscaban la “hipermasculinidad”, algo que nunca me ha interesado. Buscando más me encontré con un manual de profesionales de la salud que tratan el tema trans. Es el documento que ahora comparto a quienes quieren conocer más del tema.

Las particularidades biológicas, digamos hormonales, ¿marcan diferencias entre hombres y mujeres? (Entendiendo que estas no deberían traducirse en desigualdades).

Las diferencias entre hombres y mujeres son, fundamentalmente, en sus sistemas reproductivos. Ese discurso de “lo natural” ha sido usado para justificar desigualdades entre hombres y mujeres. Está muy claro que las capacidades no las define el género. Tampoco “por naturaleza” los hombres o las mujeres son de una forma determinada. Somos la misma especie, la misma raza.

Algunos estudios proponen que categorías como “hombre” o “mujer”, “masculino” o “femenino” limitan y son innecesarias. ¿Qué opina?

El género es un amplio espectro y no hay una única manera de ser hombre o de ser mujer. Hay muchas masculinidades y muchas feminidades. El género debe ser un proceso más personal y menos una imposición social porque de manera permanente estamos buscando darle gusto a todo el mundo y nos descuidamos a nosotros mismos.

Infortunadamente, mientras esas categorías “hombre” o “mujer” o “masculino” o “femenino” sigan operando, hay que usarlas, pero reconociendo, por ejemplo, que las mujeres por ser catalogadas de esta manera siguen viviendo desigualdades. El problema no es que una persona tenga pene o vagina, el problema es la carga que se le asigna a quienes tienen lo uno o lo otro. Por ejemplo, quienes tienen vagina deben ser delicadas, sentir atracción por los hombres y ser mamás.

A mucha gente le causa ansiedad no poder identificar rápidamente si una persona es hombre o mujer y se codea y se pregunta entre sí “¿es hombre o mujer?” ¿Cuál ha sido su experiencia al respecto?

Yo soy una persona más orientada hacia lo queer. La división entre hombres y mujeres nos llevó a decir que las mujeres deben tener hijos y estar en la casa y los hombres ser los proveedores. Sin embargo, en una sociedad que sigue clasificando a las personas de esta manera, yo me reconozco como hombre. Y he notado, con tristeza, un cambio muy profundo en el trato que recibía como mujer lesbiana y ahora como hombre: la gente me trata mejor, con más respeto y me escucha más.

La palabra “trans” cobija a todas las personas que de una u otra forma transitan en el género, pero dentro de esa categoría las más discriminadas son quienes no buscan encasillarse como “hombre” o como “mujer” o que son más andróginas. Pareciera que la sociedad necesitara ubicar rápidamente a las personas en una u otra categoría. Pareciera existir la exigencia: usted me tiene que evidenciar rápidamente si es hombre o mujer.

¿Qué decirles a los papás cuyos hijos son trans?  

Que los apoyen. Si una persona trans tiene el apoyo de su familia, se evitará más conflictos, además de la exclusión y la discriminación social por las que muchas veces pasan. Cuando adicional a los problemas en los ámbitos educativos, de salud y laborales, la familia se convierte en un lugar violento, su vida será más difícil. Corren el riesgo de perder a un hijo por pensar que no puede ser como es. Muchas personas trans pasan años resistiéndose a sus tránsitos por no perder a sus familias, pero eso implica perderse a sí mismas.